Para los que, como yo, ya tienen unos años y algunas canas en el ático, quizás les suene la película "Infierno en el Pacífico", una película que narra los acontecimientos vividos por los dos únicos supervivientes de una batalla naval, un soldado norteamericano y un oficial japonés, que se ven obligados a convivir en una isla desierta del Océano Pacífico olvidados y dados por muertos por sus respectivos ejércitos.

Aunque parezca poco creíble, la historia tiene su punto de realidad, aunque obviamente muy maquillada. Estoy hablando del termino zan-ryū Nippon hei (残留日本兵, algo así como Soldados de Japón dejados atrás) para referirse a los soldados japoneses destinados a islas del Pacífico (Guan, Lubang,...) que tras la rendición oficial de Japón en la Segunda Guerra Mundial continuaron luchando durante años después del final de la guerra. Unas veces el honor y la lealtad aprendidos en un estricto código del Bushido y otras el no haber recibido la orden de rendición por parte de sus superiores, hicieron que estos soldados sufrieran su propia guerra personal, inicialmente contra las tropas de ocupación norteamericanas y con el paso del tiempo contra la policía y la población local.
Onoda entregando su sable como símbolo de su rendición
al presidente filipino (año 1974)
El gobierno japonés y norteamericano intentaron durante años que estos soldados rezagados cesaran en su belicosa actitud y se entregarán. Se usaron equipos de megafonía y se lanzaron miles de octavillas sobre la jungla informando del fin de la guerra, pero las misivas de paz fueron tomadas como estratagemas del enemigo yankee y solo consiguieron que estos soldados y oficiales intensificaran sus esfuerzos por no ser capturados.

A pesar de su tenacidad, poco a poco estos "olvidados" fueron cayendo o siendo capturados, y en 1974 Hirō Onoda, se convirtió en uno de los últimos soldados en rendirse, tras haber pasado casi treinta años sobreviviendo en la jungla de la isla de Lubang en Filipinas.
Onoda en su retorno a Japón desde
las Filipinas (año 1974)
Onoda, entrenado como oficial de Inteligencia, fue enviado a Lubang con ordenes muy estrictas: realizar una guerra de guerrillas contra las tropas americanas y no rendirse bajo ningún concepto ni suicidarse.
Por desgracia, Hirō Onoda ha vuelto a ser noticia hace pocos días pues el 17 de enero (16 según algunas fuentes) fallecía a la edad de 91 años a causa de una neumonía, dejando un hueco irreemplazable en la historia bélica de Japón, ya que si no estoy equivocado era uno de los últimos soldados de la Armada Imperial Japonesa vivos que participó en la Segunda Guerra Mundial.

Se que como homenaje a él debería de hablar de sacrificio, heroísmo, lealtad o disciplina, pero la realidad es que me parece una historia terriblemente triste; no encuentro lealtad o heroísmo en haber tirado al garete treinta años de una vida en una guerra que el mundo debería de haber evitado. Espero que, como mínimo, su tremenda fuerza de voluntad sirva de recordatorio a posteriores generaciones que en una guerra no hay vencedores ni vencidos, tan solo dolor, miseria y podredumbre.

Por cierto, si alguien tiene interés en conocer a otros dejados atrás o quiere más información sobre Onoda, en la wikipedia viene todo muy detallado:
Larga y Prospera Vida.
Fuente e imágenes: BBC

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